No hallé el motivo para crear el silencio que separó en dos el ruido del hierro que rechinaba en mi cabeza. Donde todo el bronce no es más que cuatro montoncitos que utilizo para poner la ceniza de los cinco cigarrillos que se esfumaron mi sexto día. Al séptimo tuve la sensación de poseer la paz que me inspiraba el ocho tumbado. Aunque de nuevo susurre un silencio, para borrar este decálogo y empezar de cero.
lunes, 18 de octubre de 2010
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vuelve.
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