Ayer medio muerto en un tejado, viendo nacer otro día, con ojeras y la ultima rubia con doble de malta en la mano, veía la destrucción de mis ultimas doce horas; cómo se metamorfoseaban y se convertían en un sol aun débil pero hambriento de vida, ansioso por dar un baño de color a la ciudad; una imagen panorámica de cómo se reinventa la pasión en ajetreo y estrés.
Me despierto fatigado y con tos, con dolencias aquí y allá; porque si el tiempo mata paciente y con religiosa constancia, parece que en unas cuatro horas ha sido un carbón impaciente, cómo los niños cuando ven que vuelve el calor y los días largos mientras el colegio se va por unos meses.
Después de analizar la situación y de dar un par de vueltas más sobre las sábanas, me vienen como la droga, directo a la cabeza, algunas imágenes de la noche anterior: cómo el pan y las dos manos juntas haciendo un bocadillo, o la inconsciencia por el burdo intento de ser librepensadores… luego lo difícil es dejar pasar la prisa.
A la hora de levantarme me doy cuenta de que tengo oasis en la rutina, creo que no encuentro ningún argumento para que todo siga cómo siempre: diferente, si no cuentan los refranes. Creo que toco una melodía nueva sólo por no recordar la pasada… Debo levantarme, hacerme el café matinal, o cómo mínimo ponerme de pié, aunque sea soñando y esto me lleve a caer y despertarme (pues levantarse es de valientes).
Minutos después estaba saliendo a la calle con los amigos con quien había estado aquella noche, andábamos y no había ningún canon bajo esa mirada, era como fumar sentado en un meridiano con los pies colgando, fundiendo la belleza con el aire que transcurre por esos curiosos límites, sin cánones.
Y finalmente llegaba el almuerzo, jamón y una barra de pan comprados en un paquistaní, eso también era hambre.
Me despierto fatigado y con tos, con dolencias aquí y allá; porque si el tiempo mata paciente y con religiosa constancia, parece que en unas cuatro horas ha sido un carbón impaciente, cómo los niños cuando ven que vuelve el calor y los días largos mientras el colegio se va por unos meses.
Después de analizar la situación y de dar un par de vueltas más sobre las sábanas, me vienen como la droga, directo a la cabeza, algunas imágenes de la noche anterior: cómo el pan y las dos manos juntas haciendo un bocadillo, o la inconsciencia por el burdo intento de ser librepensadores… luego lo difícil es dejar pasar la prisa.
A la hora de levantarme me doy cuenta de que tengo oasis en la rutina, creo que no encuentro ningún argumento para que todo siga cómo siempre: diferente, si no cuentan los refranes. Creo que toco una melodía nueva sólo por no recordar la pasada… Debo levantarme, hacerme el café matinal, o cómo mínimo ponerme de pié, aunque sea soñando y esto me lleve a caer y despertarme (pues levantarse es de valientes).
Minutos después estaba saliendo a la calle con los amigos con quien había estado aquella noche, andábamos y no había ningún canon bajo esa mirada, era como fumar sentado en un meridiano con los pies colgando, fundiendo la belleza con el aire que transcurre por esos curiosos límites, sin cánones.
Y finalmente llegaba el almuerzo, jamón y una barra de pan comprados en un paquistaní, eso también era hambre.

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