Si apagara por un minuto la música, se que oiría el grito de mil ciudades, el llanto de cien pájaros, se clavarían en mi espalda los tristes ojos de un puñado de estrellas, la sonrisa de dos soles; vería escenas de dos rombos entre la tierra y una media luna, oiría respirar al suelo, sacando su nariz de entre la película de asfalto que tanto la incomoda: escupe baldosa a baldosa para gritar a pleno pulmón tu condición de paz, de silencio turbador y placentero, perturbable fácilmente, pero perdurable si nos comportamos como hijos de lo que somos, un hipopótamo, un elefante, una gacela, tu, mi uña del pie derecha... Sí, entré en el silencio; fui un milenio, fui un instante, fui una piedra y un diamante, y un árbol y viento... El problema es que volví a tener dos orejas y dos brazos: encendí de nuevo la música.
martes, 16 de marzo de 2010
Un minuto para viajar
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